martes, 3 de noviembre de 2009

Espectralidad materialista

ORIGINAL: des-bordes

Por Cuauhtémoc Medina

i. La trepidación del imaginario
Según la prensa mexicana, 2008 fue el año en que más balas se dispararon en la historia reciente de México.(1) De acuerdo a las cifras compiladas tanto por las fuentes oficiales como periodísticas, en 2008 más de 5.000 personas perdieron la vida en los diversos episodios de violencia ligados con la actividad del tráfico de sustancias y su represión, cuando durante el año 2007 la cifra fue de aproximadamente 2.800.(2) La abultada aritmética de esas estadísticas, que en números netos rebasan los niveles de violencia en varias de las zonas de conflicto bélico del mundo, hizo que a principios de 2009 México saltara a las notas principales de las agencias informativas, lo que llevó a autoridades e intelectuales mexicanos a sonar la alarma por el deterioro de la “imagen del país en el exterior”.(3) La trepidación del imaginario llegó a su punto más alto cuando, en enero de este año, el Departamento de Defensa de Estados Unidos hizo público un reporte de una de sus varias agencias de análisis estratégico, que dibujaba la posibilidad de que el país pudiera sufrir un “colapso súbito y rápido” como resultado de la presión que las bandas criminales ejercían sobre su sistema judicial, policíaco y financiero.(4) Si bien la aseveración de que México era un “estado fallido y débil” fue inmediatamente repelida por el aparato diplomático mexicano, y semanas más tarde la nueva administración norteamericana pareció adoptar un cambio de discurso que aceptaba la corresponsabilidad de los Estados Unidos en la violencia, tanto por su insaciable demanda por las sustancias declaradas ilegales como por ser el mercado de origen de la inmensa mayoría de las armas utilizadas por los brazos armados de la criminalidad,(5) la crisis forzó al gobierno mexicano a desplegar miles de soldados para patrullar las calles de las ciudades fronterizas como única vía para reducir la intensidad de fuego.(6) Aun así, durante los primeros cuatro meses de 2009, cerca de 1.900 personas han caído en el remolino de las ejecuciones, decapitaciones y tiroteos.(7) Si bien la visión de que las organizaciones delictivas pueden desplazar al Estado-Nación en el control de territorios y poblaciones, y plantear un serio desafío a su hegemonía es exagerada, lo cierto es que la exacerbación de la violencia vino a establecer un estado de conmoción que parecía reservado a los estallidos sociales. En un país donde, como en la mayor parte del mundo, la modernidad es la experiencia desquiciada (es decir, fuera de marco) que va de la turbiedad del colonialismo a la eterna deriva del estado nación, es imposible no reconocer que la emergencia de la pura destructividad es también signo y motor de un cambio de época.