jueves, 1 de julio de 2010

"Señor, su hígado nuevo ya está listo"; la Bioimpresión, tras bambalinas

ORIGINAL: Wired
Traducción: Grupo Mente Nómada
Julio 11, 2010

SAN DIEGO - Dí adiós a las listas de donantes y la escasez de órganos. Una empresa de biotecnología ha creado una impresora que imprime las venas con una células del propio paciente. El dispositivo podría crear órganos enteros en el futuro.

"Ahora mismo somos realmente buenos en la impresión de vasos sanguíneos", dice Ben Pastor, científico investigador senior de la compañía de medicina regenerativa-Organovo."Imprimimos 10 esta semana. Todavía estamos aprendiendo a mejorar las condiciones para que los vasos sanguíneos sean fuertes ".

La mayoría de los órganos del cuerpo están llenos de venas, por lo que la capacidad de imprimir tejido vascular es un pilar fundamental de órganos completos. Las venas impresas están a punto de comenzar las pruebas y su evaluación en animales, y finalmente pasarán a los ensayos clínicos humanos. Si todo va bien, en pocos años será posible reemplazar una vena que se haya deteriorado (debido a las inyecciones frecuentes de tratamiento de quimioterapia, por ejemplo) con unas adaptadas de tejidos impresos a partir de células propias.

Los obstáculos para la impresión plena de órganos no son sólo tecnológicos. La primera máquina de impresión de órganos va a costar cientos de millones de dólares para desarrollarse, probarse, producirse y comercializarse. Para no hablar de la dificultad que cualquier empresa tendrá en conseguir la aprobación de la FDA.

"Si Organovo será capaz de reunir suficiente dinero esta empresa tiene [el potencial] para tener éxito como primera empresa de bioprinting pero sólo el tiempo lo dirá", dice el doctor Vladimir Mironov, director de biofabrication tejidos avanzados en la Universidad Médica del Sur Carolina.

Wired.com caminó a través del proceso que Organovo utiliza para imprimir los vasos sanguíneos en el bioimpresión personalizada




SAN DIEGO Say goodbye to donor lists and organ shortages. A biotech firm has created a printer that prints veins using a patients' own cells. The device could potentially create whole organs in the future.

"Right now we're really good at printing blood vessels," says Ben Shepherd, senior research scientist at regenerative-medicine company Organovo. "We printed 10 this week. We're still learning how to best condition them to be good, strong blood vessels."

Most organs in the body are filled with veins, so the ability to print vascular tissue is a critical building block for complete organs. The printed veins are about to start testing in animal trials, and eventually go through human clinical trials. If all goes well, in a few years you may be able to replace a vein that has deteriorated (due to frequent injections of chemo treatment, for example) with custom-printed tissue grown from your own cells.

The barriers to full-organ printing are not just technological. The first organ-printing machine will cost hundreds of millions of dollars to develop, test, produce and market. Not to mention the difficulty any company will have getting FDA approval.

"If Organovo will be able to raise enough money this company has [the] potential to succeed as [the] first bioprinting company but only time will show," says Dr. Vladimir Mironov, director of advanced tissue biofabrication at the Medical University of South Carolina.

Organovowalked Wired.com through the process it uses to print blood vessels on the custom bioprinter.

Above:

Bioreactor

Shepherd places a bioreactor inside an incubator where it will be pumped with a growth medium for a few days. The bioreactor uses a special mixture of chemicals that are similar to what cells would see when they grow inside the body, which will help the cells become strong vascular tissue.

Photos: Dave Bullock/Wired.com


Stem Cells

Senior research scientist Ben Shepherd removes stem cells from a bath of liquid nitrogen. The cells will be cultured to greatly increase their number before being loaded into the printer. Eventually these cells could be taken from a variety of places in a patient's body -- fat, bone marrow and skin cells -- and made into a working vein.


After the cells are defrosted they are cultured in a growth medium (above). This allows the cells to multiply and grow so they can be used to form veins. The medium also uses special chemicals to tell the stem cells to grow into the cell type required, in this case blood-vessel cells. Once a enough cells are produced, they are separated from the growth medium using a centrifuge (below) and compressed into pellets.

Photos: Dave Bullock/Wired.com


Hydrogel Scaffolding

The first step of the printing process is to lay down a material called hydrogel, which is used as a temporary scaffolding to support the vein tissue.

The custom-made printer uses two pump heads that squirt out either the scaffolding structure or the cells into a petri dish. The pump heads are mounted on a precision robotic assembly for microscopic accuracy. The head on the right is dipping into the container of hydorogel in the photo above.


A chamber called a bioreactor is used to stimulate the vein. It's prepared before the vein is printed. The bioreactor is a fairly standard piece of biotech machinery. It is machined out of a block of aluminum that surrounds a plastic container with various ports. These ports are used to pump in chemicals that will feed the growing vein.


Before printing the veins, tubes of the cultured cells are loaded into the print head manually, like a biomass print cartridge.

Photos: Dave Bullock/Wired.com


Hydrogel Mold for Blood Vessels

Lines of the hydrogel are laid down in parallel in a trough shape on the petri dish. Then cylinders of cell pellets are printed into the trough.

One more cylinder of hydrogel is printed into the middle of the cells, which serves to create the hole inside the vein where blood will eventually flow (below).

Photo: Dave Bullock/Wired.comIllustration courtesy Organovo


Growing Into Veins

The printed veins are then left in a different growth medium for several weeks. The cells soon release from the hydrogel, and a hollow tube of vascular cells is left behind.

Photo: Dave Bullock/Wired.com


Happy Veins

The printed cells in tubular form are then placed into the bioreactor. The bioreactor (above) pumps a special cocktail of proteins, buffers and various other chemicals (below) through the printed vein. This conditions the cells to be good, strong veins and keep them happy.

Photos: Dave Bullock/Wired.com

Finished Product

After their stay in the bioreactor, the pellets of cells grow together to form veins which can then be implanted in the patient. Because the veins are grown from the patient's own cells, their body is more likely to accept the implanted vein.

Photo: Organovo


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Sobre la curaduría en la periferia. Por: Cuauhtémoc Medina

ORIGINAL: Letras Anónimas
Por Lucrecia Piedrahíta



  1. A lo largo de la década pasada hizo su entrada en la periferia un nuevo agente cultural, el curador de arte contemporáneo. El título de “curador” no surgió por la definición universitaria, sino por la emergencia de un cierto número de agentes que se apropiaron del modelo metropolitano del “curador independiente” para acompañar la ruta de los artistas locales hacia las prácticas post-conceptuales, transformar las estructuras de representación artística local, y negociar los términos de la inserción de obras e historias en el circuito global. Esa intervención estuvo definida por una alteración de la geopolítica cultural. El arte dejó de operar sobre la base del monólogo de los centros de “arte internacional” que, desde 1945, correspondieron a las capitales de la OTAN, y la marginalidad de las versiones más o menos desarrolladas de arte moderno del resto. Ese tránsito hacia una escena integrada requería de una interacción muy distinta que la mera selección de autores: supuso hacerse cargo de pensar el contexto y los medios de la cultura emergente como un campo de batallas, asumidas sin la conocida mezcla conservadora de la paranoia y la resignación.
  2. Donde quiera que apareció la noción de curador fue para instigar conflicto, deseo, ansiedad, posibilidades y crisis. La palabra “curador” quedó inscrita, en América Latina, con la obsolescencia de las prácticas expresionistas, humanistas y líricas que habían sobrevivido en el continente ya por el tradicionalismo de los circuitos regionales o bajo el amparo de pensarse como una estética de resistencia frente al arte del imperialismo. A la vez, aparece con la formación de una variedad de modos de autorreflexión, que han hecho de la tarea curatorial un quehacer que expone públicamente sus contradicciones. Como la curaduría involucra tácticas y tomas de posición facciosas, todo enjuiciamiento en masa de “los curadores” es una simplificación tan bárbara como sería juzgar colectivamente a “los artistas”. Bien se sabe que siempre es más fácil castigar al mensajero que hacerse cargo del mensaje. Alabar o despotricar a la curaduría en general deriva de añorar una despolitización donde el campo cultural no hiciera explícita la diferencia de poderes, estéticas y modos de operación. El odio indiscriminado por el curador y el arte contemporáneo suelen ser la expresión del sentimiento más reaccionario que existe: la nostalgia por un sistema de dominación previo. Pero como en la práctica artística misma, toda intervención curatorial depende de ahondar y/o provocar distinciones. Hacer valer ante el hipócrita lamento por el “todo se vale,” un actuar por y en contra determinadas formas de cultura.
  3. En lugar de aniquilar la crítica, la curaduría debería demandarla, pues sólo puede validarse en relación a las respuestas que provoque. Entre más partidista, explícita y clara es una trayectoria curatorial, más debiera esperar enfrentar otras tomas de partido concretas. Sin embargo, es cierto que sus formas más integradas y tímidas pueden generar una apariencia de pacificación. No obstante, el arte no se entiende históricamente sino como un despliegue constante de fricción. Es el carácter rijoso del campo artístico el que impulsa a la curaduría a no asumirse como entretenimiento ni apaciguamiento.
  4. La irrupción de la curaduría de la periferia en los 90 vino precedida de dos movimientos cruciales. Primero la emergencia, a la par del conceptualismo, de un nuevo tipo de agente cultural (encarnado en el trabajo de gente como Seth Siglaub, Lucy Lippard y Harald Szeemann) que extendió a la institución de la exhibición la inestabilidad y autorreflexión que los artistas post-vanguardistas habían instaurado en relación a la noción del arte. De ahí la frecuente alianza, a nivel simbólico, de la curaduría con esa clase de prácticas y su progenie. Un segundo momento fue la generalización, a lo largo de los años 70 y 80, en los centros artísticos, de curadores independientes a cargo de romper la lógica de los intereses internos de los museos e instituciones culturales. Ese proceso vino a radicalizarse a medida que toda una gama de no profesionales se fueron haciendo presentes como “curadores”: artistas, críticos, historiadores, filósofos, reformadores sociales, etc. Traer a alguien a curar una muestra o bienal ha sido un método por el cual se propicia una cierta autonomía, que impide que el programa artístico sea la transcripción de los intereses y gustos de patrones, artistas y burócratas, para apostar a generar un interés público incluso contra el interés aparente del público mismo.
  5. Desde el punto de vista de una sociología de las profesiones, la implantación del curador plantea una perturbación de la división del trabajo y de la topografía de los saberes. El curador simboliza una cierta “desprofesionalización”, que corre en sentido contrario del sentido común que piensa que todo nuevo oficio implica el avance de una cada vez mayor especialización de los saberes científicos o técnicos. Uno de los elementos más perturbadores de la función del curador es que combina de modo casuístico tareas, saberes y poderes que bajo la mentalidad modernista, debieran haber sido ejercidas por gremios independientes y especialistas “objetivos”. En tanto el universo conceptual modernista suponía que las tareas del crítico de arte, historiador, museógrafo, artista, comisario de exhibiciones, connoisseur, restaurador, administrador cultural, productor de cine, sparring, y activista cultural no podían mezclarse, la curaduría es frecuentemente un Frankenstein ad hoc de esas modalidades. En efecto: la noción de “curador” nos lanza de lleno en el mélange postmoderno de cierta confusión disciplinaria. Fenómeno que lejos de ser una aberración, es el acompañante lógico de un arte, que en sus mejores expresiones plantea un desacomodo, una crítica o una desobediencia de las vías instrumentales y las convenciones epistemológicas de la sociedad. Pero la curaduría no asume su canibalismo sin discreción. La selección de sus tácticas y encarnaciones tiene que ser estratégica.
  6. Aun cuando hoy hay una pandemia de posgrados de curaduría, el sistema artístico sigue siendo un paraíso de improvisados. Pero es la informalidad —donde para ser curador casi basta con declararse como tal— uno de los principales antídotos contra la neutralización de una cultura gozosamente volátil.
  7. Por supuesto, esa canibalización e indeterminación de funciones implica que en sentido pleno, la “curaduría” no es una profesión, con el sentido de fidelidad y confiabilidad técnica que quería Max Weber, sino una función que debe reinventarse cada vez que se le asume. Hay ciertas modalidades de práctica curatorial más o menos estables, especialmente en el caso del curador de museo, el llamado curador institucional. Éste define políticas de exhibición y colección, negocia el flujo de discursos y recursos entre públicos, patrocinadores, burócratas y artistas, y procura asegurar que la sociedad tenga una bitácora confiable de los corrimientos del arte contemporáneo con cierta diversidad. Sin embargo, hay toda una franja que se define por reinventar continuamente el dispositivo de producción y circulación cultural, induciendo nuevos retos de visibilidad artística, imbricándose con el radicalismo de los movimientos culturales, cuestionando los espacios, canales y métodos de comunicación, y apoyando apasionadamente una facción de artistas. Juzgar a la curaduría sobre la base de preguntarse quién deja entrar determinada cosa al museo es una ingenuidad: lo monstruoso de la curaduría estriba en no tener una tarea predefinida, sino establecerse de acuerdo con las necesidades de cada proyecto o circunstancia. También por esa maleabilidad es una actividad política.
  8. Hay dos cuestiones que hacen de la curaduría un dispositivo renuente al ideal de pureza crítica del intelectual del siglo XX. Por un lado, el territorio de sus operaciones es el pensamiento y la acción sobre lo particular, lo que lo liga al campo de juicios reflexivos que inventó la estética moderna. Por el otro, no es un ejercicio puro de crítica: deriva de una negociación con poderes, saberes, poéticas y públicos. El curador no puede escoger no negociar. Pero puede aspirar a jamás negociar el modo en que negocia.9.- Con todo, la curaduría puede ser fiel a su etimología derivada de la noción de “cuidar”, y aspirar a ser una cierta clase de servidumbre. Alguien debe abanicar al artista, darle agua, y proveerlo de una silla, para luego provocarlo con una idea, mostrarle un dilema, o convocarlo a donde no pensaba ser llamado. Que haya relaciones de complicidad entre curadores y artistas es parte esencial del juego. Pero se equivoca quien piensa que esas relaciones pueden progresar como una aplicación de justicia universal. Con frecuencia, las relaciones culturales no pueden evitar operar bajo el signo de cierto abuso. A lo más que el curador puede aspirar, frente a instituciones, mercados y discursos absurdos, es conseguir un cierto abuso mutuo.

Cuauhtémoc Medina*

Fuente: http://salonkritik.net/08-09/2008/09/sobre_la_curaduria_en_la_perif_1.php

“Todo ser humano es un artista”, Joseph Beuys.

ORIGINAL: Letras Anónimas
Por Lucrecia Piedrahíta