TOMADO DE: [esferapublica]
Esteban Zapata, ‘Pablo en comercio’ (izq). Saúl Sánchez, ‘La grandeza del regente’ (der).
La retoma de las estaciones de ferrocarril de Sogamoso y Armenia para los Salones Regionales de Artistas de sus respectivas regiones -zona centro y zona centro occidente, respectivamente- no respondía solo a que las obras se veían bien en esos lugares. Caídas como están, estos escenarios de techos altos y paredes enmohecidas revelaban el estado del alma de las propias exposiciones. Y aunque fueron remozados, no dejaban de producir nostalgia esos espacios muertos y cargados de piezas de arte que señalan tantos problemas.
Un pueblo fantasma a manera de instalación y que semeja una invasión repentina de desplazados que modifica la morfología de una región (Santiago Escobar); un mural de bombas de jabón, pero cuyo líquido es sangre de mujeres violadas (Liliana Estrada); un video de la disección del cuerpo de un paramilitar (Álvaro Cardona); una estrategia para devolverles la plata perdida a las víctimas de las ‘pirámides’ (Víctor Muñoz); dos tomas de video del grito inaudible de una mujer que está a punto de subir al cadalso (Pablo Sigg); un letrero bordado que dice ‘esperando un milagro’ (Giovanni Vargas)… Así, siguen y siguen las obras de estas dos regiones.
Para Fernando Arias, cocurador de la muestra MicroMACRO que reunía los trabajos de artistas del Eje Cafetero, “todo empieza en la célula”. A partir de allí, de lo minúsculo, de lo íntimo, puede abrirse el universo, entenderse el entorno como un organismo vivo, enfermo, vigoroso o amenazado. Siguiendo este símil, Arias y Jonathan Colin expusieron trabajos que indagaban sobre lo que no necesariamente se quiere ver.
Esto se reflejó, por ejemplo, en una instalación realizada por la artista antioqueña Libia Posada, que infestó el cuarto de electricidad de la estación de hilos que se trepaban por las paredes hasta llegar al techo descascarado, invadiendo, como una enfermedad, los cables estirados por todo el piso. Pese a la belleza de la obra, se sentía cierto escalofrío por la metáfora de destrucción expuesta.
Otra sutileza fue lograda por la misma curaduría en otro de los galpones de la exposición. Al entrar, el espectador pisaba un enorme tapete de fibra de plátano, tejido por desmovilizados bajo la conducción del quindiano Vladimir Cortés, y al fondo estaban 12 fotografías de las piernas de víctimas, con los mapas dibujados de sus propios desplazamientos por la violencia, también de Libia Posada. Las dos obras, con la víctima y el victimario en un mismo espacio silencioso, entraban en un diálogo sin resolución.
La otra curaduría de la zona centro occidente, Inver$ione$, arte + intercambios + transacciones, conducida por Adriana Ríos, Carlos Uribe, Femke Lut-gerink y Análida Cruz, asumía la economía como el factor que atraviesa a todo ser humano y lo afecta.
Así, por medio de cartas, Luis Fernando Arango buscaba convencer a los 512 empresarios más ricos del mundo para que donaran el 4 por ciento de sus fortunas y así aliviar la pobreza; Víctor Muñoz, con su constructora en forma de pirámide, le pedía a la gente que donara ladrillos para que quienes perdieron sus casas con DMG y DRFE pudieran reconstruirlas; y Juan Fernando Ospina ironizaba sobre cómo los colombianos invierten más de un salario mínimo al año en veladoras y ungüentos de la buena suerte.
Esteban Zapata, por su parte, puso al espectador en aprietos al crear una figura coleccionable de Pablo Escobar vestido de Robin Hood, a la que se le podían prender veladoras siguiendo la tradición venezolana del culto a los ’santos malandros’. Con esta obra el artista planteaba la reflexión sobre los límites de lo coleccionable y la relación entre el comercio y el arte.
En Sogamoso y Tunja, por su parte, pueden contemplarse actualmente las curadurías que hacen referencia a la zona centro de Colombia, con la participación de artistas de Bogotá, Boyacá y Cundinamarca. La primera propuesta, del grupo investigador La Oreja Roja -Mariangela Méndez y Verónica Wiman-, se denomina Yolanda o Magdalena, una exposición de arte sobre la vida, obra y milagros de un personaje, y la otra, coordinada por Guillermo Vanegas, lleva por nombre Preámbulo, ejemplos empíricos de identidad nacional de baja intensidad en Cundinamarca y Boyacá.
Expuesta en un galpón alterno a la estación del ferrocarril de Sogamoso, Yolanda o Magdalena… es una propuesta abierta a la interpretación, pero en absoluto apacible. “Por ahí dicen que al que se le pone la oreja roja es porque están hablando de él a sus espaldas. Alguien está hablando de usted… y nosotras queremos oír”, anotan las curadoras de La Oreja Roja.
De allí que la muestra invite a seguir a un hogar campesino en el que falta el padre, según se intuye por la foto que decora el vestíbulo. Adentro, obras como La hilandera, de Leonardo Ruge, revelan que hay todo un mundo por inventarle a la mujer que habita la casa. En uno de los extremos se exhiben imágenes de fachadas de casas construidas por etapas (Héctor Patiño) y en otro, un paisaje que deja pensar que aún hay espacio sin huellas de ciudad (Miguel Jara y Denise Buraye).
Dentro de la casa, un video muestra la preparación de un cocido boyacense (Ángela Reyes), se refleja la convivencia de la pareja (Katherine León) y se observan, a manera de aspiraciones futuras, una casa en maqueta (Juan Mejía) y otra que flota (David Anaya). La experiencia termina, sin embargo, con la casa que se fue, donde se observan tejidos inconclusos, una silla desvencijada y huellas de candelabros que ya no están (Leyla Cárdenas). Aparecen también obras que manifiestan el miedo que hace que uno se agazape (Manuel Calderón) o sienta peligro (Marcela Cadena), así como el anhelo de la compañía (Adriana Cuéllar), o la angustia por la ausencia de un ser amado (Juan Carlos Calderón).
Preámbulo es una curaduría que puede apreciarse en el Palacio de la Cultura, ubicado en la plaza principal de Tunja. No es fortuito que en la capital de Boyacá -el ‘Departamento Bicentenario’- los curadores hayan seleccionado obras que abordan preguntas sobre la construcción de la identidad nacional, varias de ellas cruzadas por el humor e incluso la burla. “Se trata de saber cómo resuelve este grupo (de artistas) la cuestión de hacer parte de un Estado nacional”, señala el documento de la curaduría.
Entre otras obras, se observan los retratos de los presidentes colombianos sobre cajitas de fósforos El Rey (Sául Sánchez); la reconfiguración del escudo nacional con un buitre en lugar de un cóndor (Chócolo); una marcha de protesta multitudinaria cuyos letreros carecen de letras (Juan Peláez); un video con un grupo de extranjeros que entonan el himno borrachos (Lecca-Lecca Estudio); una animación donde se percibe la fusión de la frontera colombo-venezolana gracias a Simón Bolívar (Milena Bonilla), o la acción de un artista que se tatúa dolorosamente el logotipo de ‘Colombia es pasión’ mientras a su lado circulan gratas imágenes turísticas (Andrés Felipe Uribe).
Al comparar los Salones Regionales de este año con los previos, queda claro que el propósito inicial se está cumpliendo. Cada región llega con una oferta que da cuenta de sus problemas y revela una identidad propia. En suma, la Colombia de la periferia está cada vez mejor representada.
Arme paseo a Tunja y Sogamoso
Para ir a ver los Salones del Centro habrá transporte gratuito e ilimitado los días 28 de noviembre y 12 de diciembre. Esos días habrá visitas con los curadores y artistas. Informes en el Ministerio de Cultura, Dirección de Artes, 3424100.
publicado por Cambio
(enviado a esferapública por Gabriel Merchán)
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