viernes, 28 de mayo de 2010

Una muestra colectiva que no podemos dejar de ver: Cultura Visual y Territorio - 2. Jorge Gómez en el Museo El Castillo

ORIGINAL: Lecturas Anónimas rácticas Artísticas Contemporáneas
Mayo 26, 2010 5:19 am

Cultura visual y territorio. Ciudad - Paisaje - Naturaleza es la muestra que se abrió al público el jueves 13 de mayo en el museo El Castillo.

La exposición colectiva “Cultura Visual y Territorio. Ciudad - Paisaje - Naturaleza” está en la Sala de Arte y el Salón de Los Torreones como preámbulo a la entrega de la primera etapa del proyecto de renovación de sus parques y jardines.

En la muestran participan los artistas:
  • Alejandro Castaño,
  • Aníbal Vallejo,
  • Fredy Alzate,
  • Fredy Serna,
  • Gloria Escobar,
  • Gloria Posada,
  • Jesús Abad,
  • John Jader Bedoya,
  • Jorge Gómez,
  • Juan Luis Mesa,
  • Luis Fernando Escobar,
  • Mauricio Gómez,
  • Nadir Figueroa,
  • Patricia Bravo
  • Yosman Botero.
Quiero destacar el trabajo del artista Jorge Gómez. Este es un recorrido por la obra de este grupo que conforma la muestra y que no podemos dejar de ver.




Les comparto un texto enviado por el artista Jorge Gómez.

Periódico El Colombiano. Artes Plásticas. Autor: Luis Fernando Valencia
Profesión: Crítico de arte. Nacionalidad: Colombiana.

CONTEXTO: El crítico de arte colombiano Luis Fernando Valencia, se refiere aquí a la obra del artista Jorge Gómez, en un interesante artículo que trasciende la obra en sí misma y se proyecta.

Jorge Gómez expuso recientemente en el Museo de Antioquia, donde ofreció un trabajo con algunas variantes de sus series anteriores, siempre con una técnica densa, fuerte, matérica, llena de contrastes. El artista, que ha destacado en su obra la labor de taller y que nos ha dejado ver en sus lienzos espacios íntimos, ofreció una mirad a su entorno desde una perspectiva muy particular. Sale de su taller en el campo y muestra una ciudad bastante solitaria y en perspectivas impensables, que aún así, le permiten al espectador identificar algunos escenarios. Luis Fernando Valencia destaca en este comentario la fuerza de la obra de Jorge Gómez, así como sus profundos significados y esa capacidad que tiene de no dejar nada en el vacío. Igualmente, el crítico se refiere a la pintura realista que en este caso no es mimética, pues en ella hay un gran despliegue de imaginación. Jorge Gómez lleva varias décadas dedicado al arte. Sus obras se han presentado en exposiciones colectivas e individuales, con una propuesta seria que se ha destacado en diferentes salones. Su vida está dedicada al arte.

Emboscada

A propósito de la obra del artista antioqueño Jorge Gómez

Cuando observamos una pintura de Jorge Gómez lo primero que salta a la vista es su generosidad matérica, el pigmento de color que parece desprenderse del lienzo. Y aún más, de cerca el material pictórico aparece como un volumen caótico en un viaje sin sentido, en una deriva casual. Pero una primera estrategia plástica que el pintor ejecuta convierte el óleo en representación, es decir, ya no pertenece a un mundo inerte, sino a un vehiculo de significación.

Una segunda maniobra le quita a la representación su aspecto mimético, es decir su fidelidad a una realidad, y una tercera operación deja la obra en un estado autónomo. Estamos frente a una pintura ya totalmente independiente de su punto de partida. De lo inerte a la significación, y de ésta a una realidad otra, a un estado pictórico independiente del modelo inicial.

El espacio abandona ahora toda forma de efectismo y se erige con claridad meridiana: nada está puesto al azar, nada queda en el aire. Y hay algo que sorprende. El espacio dialoga con él mismo, sin perder nitidez parece ir elaborándose siguiendo su propia voluntad.

Frente a la forma endurecida de la pintura premeditada, hay aquí una voluntad espacial que dialoga con el artista, la materia parece ejecutar su propia espacialidad, el pintor le sigue el juego. Entonces en la obra aparece una capacidad de aventura, que invade al espectador, una incertidumbre que le permite al observador involucrarse en la obra. Se cumple la sentencia de Novalis: “el verdadero espectador, debe ser una ampliación del autor”.

Y ahora la complejidad abunda. Todas las distancias entre los elementos son diversas. Las diferencias de los distintos campos son notorias, pues cada territorio tiene sus peculiaridades. Esto crea una disonancia que, ya sabemos por la música de inicios del siglo XX, fue una característica que marcó este siglo que comenzaba. Lo inarmónico y lo trágico, por medio de un trazo vigoroso, están actualizados a nuestro presente. La fuerza y velocidad de la factura anulan todo sentimentalismo. Este espacio, complejidad abierta exterior, es pórtico a nuestro tiempo, intrincada y cerrada trama interior.

Al mismo tiempo que la obra afirma, también va negando. A la zona blanca que anuncia el mediodía, la rodea el segmento negro que pregona la noche. De ahí nace lo lúgubre. Esa actitud que ha acompañado al hombre desde el inicio del siglo XX y que en Ser y tiempo, a propósito de la existencia humana, se nombraba como angustia; Pero lo funesto no puede surgir de forma literal, la pintura de Jorge Gómez lo levanta acompañado de un discernimiento pictórico, de una deconstrucción plástica. Entonces lo funesto se rodea de misterio, y con esta dualidad la pintura sale airosa. Y también aparece lo melancólico, pero no de una forma evidente que nos convocaría al ruido y la exaltación, sino a través de la experiencia del arte que nos hace enmudecer.

Hay una angulosidad avasallante, que va desde las ruinas tan estimadas por los románticos alemanes hasta la trágica Balsa de Géricault, pasando por el retrato de Van Gogh en la campiña de Arles que va regando su sombra como un rastro siniestro por toda la Provenza. A pesar de una factura tan decidida, la obra no se instala en afirmaciones definitivas, en sentencias concluyentes. Con su ámbito ruinoso, va levantando más preguntas que respuestas, hasta llevarnos a nosotros mismos, hasta conducirnos a nuestras propias preguntas. La obra que interroga, pensamiento contemporáneo, se diferencia de la obra que afirma, pensamiento moderno. El arte pregunta, la ciencia afirma.

Y ahora surge otra pregunta: ¿cómo evita la obra la narración, cómo evade lo ilustrativo, cómo elude contar una historia? Si para DeIeuze, Bacon logra rehuir lo narrativo por la forma como aísla la figura, estamos, en la obra de Jorge Gómez, no en un interior, sino en un espacio abierto exterior. Cuando la obra está al borde de iniciar una narración, cuando la anécdota acecha, aparece una sombra densa, una penumbra tajante que conserva la obra en el terreno de lo netamente pictórico. Es lo que Heidegger ha denominado “fenómeno”: “el anunciarse de algo que no se muestra, por medio de algo que se muestra”. Lo que no se muestra es lo que oculta la sombra, lo que se muestra es la sombra misma.

El realismo de la obra de Jorge Gómez, como ya se ha dicho, no es mimético. Como la obra no cree en la fidelidad a la realidad como verdad, entonces ahí aparece todo el despliegue de imaginación que el trabajo presenta y su deslizamiento a lo ficticio. Ante la pregunta de Gerhard Richter. “¿cómo puedo pintar hoy y, sobre todo, qué?”, el trabajo de Jorge Gómez responde con un realismo interpretativo, esto es, con un contenido expresionismo, un cubismo apenas rememorado y un tiempo interior que nunca puede exhibir la fotografía. Con relación a este último punto, la fotografía, la pintura que consi¬deramos, invierte los términos de la relación fotografía-pintura: no hay inspiración en la fotografía, parece, más bien, sugerencia para la fotografía misma.

El aspecto deconstructivo en la obra de Jorge Gómez es evidente. En los dibujos es más patente. La deconstrucción es una operación que se retira de los terrenos trillados y abonados por la tradición, para saltar de forma abrupta y discontinua a un solar brutalmente inhóspito. La pintura tiene esos atributos: multiplicidad laberíntica, mutación permanente y fluctuación constante. No hay sistema, ni totalidad cerrada, ni acopio puntual, en otro sentido, lo que existe es espacio asistemático, fragmentación abierta y desplazamiento heterogéneo. Lejos ya del sosiego familiar, la pintura reinventa su nueva travesía. Lo inmutable e inconmovible ceden ante la diseminación y la dispersión.

El espacio abandona ahora toda forma de efectismo y se erige con claridad meridiana: nada está puesto al azar, nada queda en el aire, Y hay algo que sorprende.

Una raíz, así es la naturaleza del artista.

Sus pinturas son matéricas, con una fuerza interior que se transmite al espectador.

Un ciclista que anda por ahí en esta pintura…

La ciudad es silenciosa en la obra de Jorge Gómez.

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