ORIGINAL: Revista Arcadia
Obra de María José Arjona que hace parte de libro de Diego Garzón. |
50 años de arte colombiano
¿Cuáles han sido las preocupaciones y los intereses de los artistas contemporáneos colombianos? ¿Qué han buscado expresar con su obra? En su nuevo libro, "De lo que somos", Diego Garzón encuentra respuestas que nadie había reunido en el papel.
Por: Micah Malone, Bogotá
Publicado el: 2011-12-16
Los libros de arte de gran formato se han caracterizado por tener títulos tontos: Crema, Vitamina P o ¡Arte Ahora! Brillantes, gruesos y llenos de provocativas fotos de artistas internacionales, estos libros regordetes personifican la siempre cambiante y a veces excesiva representación del arte contemporáneo. Mientras que otros títulos que pertenecen a este extenso género suelen pasar desapercibidos, el nuevo libro de Diego Garzón, "De lo que somos", merece un reconocimiento por enfocarse exclusivamente en el arte contemporáneo colombiano, un tema que no ha sido tratado por la máquina publicitaria actual.
Diego Garzón ha escrito por varios años acerca de la escena artística colombiana. Después de graduarse de la Facultad de Comunicación de la Universidad Javeriana, fue periodista cultural de Semana y editor de la revista Plan B. Durante los últimos cinco años ha trabajado como editor general de Soho. Su primer libro, Otras voces otro arte, fue publicado en 2005 y consistía en extensas entrevistas a diez de los más brillantes artistas colombianos.
El proceso de compilar De lo que somos empezó hace tres años, cuando Garzón contactó a diez importantes curadores y críticos que le ofrecieron sugerencias acerca de aquellos trabajos que ellos consideraban que eran fundamentales para el arte contemporáneo colombiano. Al final, se eligieron 110 obras, de 49 artistas.
Empezando en 1966 con Bernardo Salcedo, las obras están organizadas cronológicamente y las acompaña un texto corto que contextualiza y explica brevemente en qué consiste cada pieza. Además, entremezcladas con las obras se encuentran preguntas curiosas en negrilla, como la siguiente, que cuestiona al Fausto de Nadín Ospina: “¿Por qué un artista decidió comprar una pintura, dividirla en partes y exponerla nuevamente”. Responder esta pregunta, no obstante, requiere una investigación cuidadosa que el libro señala solo de manera superficial. Sin embargo, esa falta de profundidad no debería considerarse necesariamente una debilidad. Después de todo, la función primordial de estos libros de arte no es la erudición rigurosa, sino la presentación de cada obra en su máximo esplendor.
Es un libro diverso y atractivo que reúne obras controversiales, como el trabajo en el que María Elvira Escallón documenta el proceso en el que un cuarto se va llenando con la arena que cae de un hueco en el techo; los provocativos performances de Rosemberg Sandoval con indigentes, y el proyecto de bordado de Milena Bonilla, quien intentó reparar los forros de los asientos de los buses de diferentes rutas de Bogotá.
Las obras de los más grandes nombres colombianos están bien representadas: cinco ingeniosas obras de Antonio Caro, seis piezas poéticas y elegiacas de Óscar Muñoz, y seis complejas instalaciones de Alejandro Restrepo. Ningún artista está más representado que Doris Salcedo, con siete icónicos trabajos extendidos a lo largo del libro. El peso gráfico proporcionado a Salcedo sin duda representa el respeto que siente Garzón por la artista, cuyo prominente éxito internacional desencadena complejas preguntas acerca de la percepción del arte colombiano en el exterior.
La lucha por la representación se siente a lo largo del libro. En esta búsqueda ninguna obra parece más pertinente que la polémica Rebeldes del Sur, de Wilson Díaz, que fue censurada en Inglaterra por ser percibida por la Embajada de Colombia como una propaganda a las FARC. El video de Díaz mostraba a algunos miembros de la guerrilla cantando vallenato en la Zona de Distensión. La grabación, que representaba de una manera benigna a la guerrilla, es asombrosa en su modestia.
Abrir el libro produce placer. Dan ganas de buscar, de aprender, de entender. Esas preguntas que Garzón lanza al aire y no resuelve en detalle hacen parte de un juego que invita a reflexionar sobre el arte contemporáneo nacional sin imponer máximas absolutas. No obstante, la minuciosa elección de las piezas propone, inevitablemente, un canon, que puede tener detractores pero que surge de un selecto grupo de conocedores; por lo tanto, es un canon que pesa, que hacía falta y que no solo convierte a este libro en un documento de consulta imprescindible, revelador y divertido para los interesados en el arte colombiano, sino en una pieza histórica que desde la cultura se aproxima a la realidad nacional de los últimos cincuenta años. |
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