Profesora de Historia y Teoría del Arte de la Universidad de Barcelona.
(Publicado en NotasCuratoriales.com)
Ante la emergencia de un mundo globalizado dominado por las tecnologías de la información se impone una nueva manera de pensar, abordar y escribir sobre el arte, una manera que, dejando de lado aspectos de una historia del arte lineal y cronológica, preocupada por los estilos y las tendencias aboga claramente por una narrativa articulada en función de distintos momentos culturales: el momento multicultural , el del reconocimiento de la existencia del “otro múltiple” y el momento global que en su constante tensión e interacción con lo local tiene su equivalente en el interculturalismo. De ahí la importancia de nuevos conceptos como diáspora, nuevo internacionalismo, localidad, estética relacional y arte colaborativo que parecen responder a un común denominador: su proximidad a la cultura más allá del arte y su apuesta por la cuestión de identidad más allá del lenguaje.
En realidad todo empieza en el apasionante momento en que el espacio monocultural de la modernidad etnocéntrica empieza a desmoronarse y se asiste tanto desde el “mainstream” como desde las periferias, tanto del espacio hegemónico como del de las minorías emergentes a un episodio verdaderamente revolucionario en la definición de la identidad: el reconocimiento del “yo múltiple”, el de una máxima expansión , desplazamiento y democratización del hecho cultural en un mundo ya no dividido en estructuras binarias ( lo civilizado/lo primitivo; lo cocido/lo crudo; la cultura/la subcultura) ni tampoco dominado por una mirada etnocéntrica.
Algunos hablan de una estética del “thirdness” o “in-betweenness” y aquí el término “tercero” nada tiene que ver con una estética geográficamente localizada en el “Tercer Mundo”. Su significado, aparte de su proximidad al concepto de “hibridez” tendría más relación con el “tercer cine”, un tipo de discurso que explora y intenta descubrir cómo las prácticas culturales fruto de una emancipación cultural y política tienen que ver con estrategias estéticas. Y en este sentido resulta adecuada relación con el “tercer cine” , un tipo de cine que no se limita a un significado geográfico sino que se extiende a través de otras disciplinas , como las artes preformativas y las artes visuales.
En este nuevo espacio metafóricamente “sin fronteras” que puede parecer la consolidación de la agenda utópica de la “aldea global” propuesta en los años sesenta Marshall McLuhan y que estaría dominado, como reconoce Frederic Jameson, por un circuito de redes comunicacionales alrededor del mundo, por un concepto que alternativamente enmascara y transmite significados culturales y económicos se impone un replanteamiento de los conceptos de identidad y diferencia que suponen una relación cada vez más tensa entre el estado-nación y los nuevos estados posnacionales : “Lo que está emergiendo -sostiene Arjun Appadurai- son poderosas formas alternativas de organización del tráfico de recursos, imágenes e ideas, formas que o bien desafían al estado-nación de una manera activa o bien son alternativas antagónicas pacíficas constituyentes de lealtades políticas a gran escala” .
En este mundo posnacional dominado por lo que el economista Roger Burbach denomina “policentrismo” se impondría la aparición de una nueva etnicidad, capaz de atraer a personas y grupos que por su dispersión espacial son mucho más vastos que los grupos étnicos de los que se ocupaba la antropología tradicional. Una etnicidad que, lejos de estar vinculada con las prácticas “primordialistas” del estado-nación, es transnacional y reclama un nuevo entendimiento de la relación entre la historia y la agencia social, el campo de los afectos y el de la política, los factores a gran escala y los factores periféricos, los flujos culturales globales y las realidades específicas locales, los contextos propios y los contextos ajenos.
Este pensar “más allá de la nación” entendiendo por nación el último reducto del totalitarismo étnico, pero contemplando las múltiples y fragmentarias realidades nacionales no sólo es en la actualidad un tema recurrente en los estudios de política global sino que también puede ser muy clarificador en nuestro ámbito de trabajo: el ámbito de la cultura visual y la teoría del arte contemporáneo y su posición entre lo global y lo local: ¿Qué lugar corresponde a lo local, a las identidades locales (aquí ya no decimos nacionales, regionales, folklóricas, vernáculas , periféricas, étnicas o subalternas) en los esquemas relativos al flujo cultural global? ¿Cuál es el significado de lo local ( y junto a lo local las subjetividades contemporáneas) en un mundo pleno de flujos diaspóricos, un mundo que se ha desterritorializado, un mundo donde además los medios masivos de comunicación electrónicos (lo que llamaremos comunidades electrónicas y virtuales) están transformando las relaciones entre la información y la mediación?.
Es en este contexto que cobran sentido conceptos vinculados a filosofías políticas como el de “multiculturalismo” y en especial el de “interculturalismo”, es decir, el intercambio de culturas a través de las naciones con todo lo que ello supone de una nueva reapropiación de lo nacional y sus contactos críticos con lo internacional: “ El mundo está en proceso de desplazarse de la fase nacionalista a la fase cultural y es preferible distinguir áreas culturales más que naciones”, afirma Rustom Bharucha . El futuro estaría pues en lo “intercultural” superador de la antigua dicotomía identidad/diferencia a través de una mayor potenciación de las subjetividades, las realidades particulares de cada ser humano más allá del concepto de lo “étnico”, y de un mayor diálogo entre lo universal y lo local, entendiendo lo local (sinónimo de sitio o lugar) más como relacional y contextual que como escalar o espacial. De ahí la defensa de una universalidad compartida: “En el espacio vacío del encuentro intercultural, que es como un “punto cero” de un “primer contacto” entre la existencia humana esencial , desaparecen las “etnicidades” de los diferentes participantes a favor de sus identidades humanas universales, de sus creatividades y potencialidades” .
En este sentido Appadurai argumenta cómo en la actualidad los medios de comunicación electrónicos han subvertido y transformado no sólo la creación de imágenes (de uno mismo y del mundo) sino las mediación de estas imágenes, mediación masiva en todos casos: “Los medios electrónicos transforman y reconfiguran nuestro mundo”, sostiene Appadurai, y los medios impresos y las formas orales, visuales y auditivas de comunicación son alterados por dichos medios electrónicos.
De ahí el papel relevante conferido a la imaginación no para proyectarnos a mundos inventados, mundos de ficción, mundos visionarios o estados emocionales prohibidos. La imaginación se habría desprendido del espacio expresivo propio del arte, del mito y del ritual, y habría pasado a formar parte del trabajo mental cotidiano de la gente común. La imaginación habría penetrado en la lógica de la vida cotidiana de la que había sido desterrada. Las personas comunes y corrientes comenzarían a desplegar su imaginación en el terreno de sus vidas diarias. Los creadores buscarían una compleja interacción entre lo real y lo virtual, provocando una intervisualización global (mezcla de realidad y virtualidad).
Como sostiene Irit Rogoff, los individuos crean inesperadas narraciones de la vida cotidiana partiendo de “el pedacito de una imagen que conecta con una secuencia de una película y con la esquina de una valla publicitaria o con el escaparate de una tienda por la que hemos pasado, narraciones que producen una nueva narrativa constituida, a la vez, por nuestra experiencia del viaje y por el inconsciente .
El trabajo de la imaginación en un mundo poselectrónico no es ni puramente emancipador ni completamente disciplinado, sino que es un espacio de enfrentamiento en el que individuos y grupos buscan anexionar lo global a sus propias prácticas de lo moderno. Además, la imaginación sería la mejor “arma” contra los miedos , las angustias y las violencias como efectos de la desterritorialización en la que estamos sumidos en este mundo dominado por las economías globales. Miedo, angustia del Occidente a perder su condición de “uno”, de perder su papel de centro real. Miedo, angustia y violencia del “otrora” otro ( un “otro” definido en función de etnia, pero también género y raza) de perder definitivamente lo que le sigue definiendo como “otro” a pesar de la galopante homogeneización globalizadora. El miedo que provocan las “personalidades liminares” (adolescentes, inmigrantes, artistas) como representantes de una categoría borrosa y difusa, que genera ansiedad en los estamentos hegemónicos. La violencia que ejercerían las fuerzas abstractas de la globalización contra las minorías, lo cual nos llevaría a hablar de una violencia corporal, incluso íntima, ejecutada en el marco de las relaciones cotidianas, dentro del ámbito de los vínculos propios de la intimidad personal.
Porque, como no reconocerlo, estamos ante un momento, el de la globalización, hacia el cual no podemos si no sentir sentimientos contradictorios: es simultáneamente necesaria y rechazada (contestada tanto desde el punto de vista práctico como simbólico) Es algo nuestro ( que controlamos y usamos, según la versión optimista) y algo que no es nuestro y que podemos evitar, rechazar, negar, eliminar y excluir de nuestra vida, conforme a una visión pesimista.
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