jueves, 29 de julio de 2010

Innovación en nuevas culturas digitales

ORIGINAL: Tercera Cultura

Por TC día 15 Julio, 2010

Entrevista a Ramón Sangüesa, profesor de la UPC y promotor de Citilab Cornellà


Ramón Sangüesa



Por: Roger Ibars / A. Mestre

Ramón Sangüesa considera que un centro de tecnología o un museo pueden llegar mucho más allá combinando diferentes disciplinas con diseños más integradores que transformen las prácticas de la cultura digital en prácticas dinamizadoras de nuestra sociedad. Su proyecto se centra en invitar a ciudadanos de toda procedencia y trabajar con ellos para que se transformen en agentes de dinamización de la sociedad del conocimiento y de la innovación digital. Internet es su vehículo.

Citilab es al mismo tiempo un centro de formación, un centro de innovación y una incubadora de iniciativas empresariales y sociales. Un laboratorio ciudadano ubicado en una antigua fábrica textil de Cornellà, un espacio dedicado a que todo tipo de usuarios (ciudadanos, empresas, universidades) puedan crear y tener iniciativas propias a través del conocimiento de la cultura tecnológica y digital.

¿Es una persona amante del cambio?

Siempre he sido una persona curiosa, interesada en muchas cosas, en conectar campos o dominios entre sí para generar nuevas soluciones. Y, claro está, en dar el siguiente paso, que es poner las cosas en marcha, ver el porqué no lo ha hecho nadie antes, validar si estas soluciones son aplicables o erróneas.

¿De dónde se nutre el cambio?

Es mi modelo mental. La historia previa de uno mismo. No se trata de una ideología que haya adoptado ni encontrado en el diccionario. El informático trabaja sobre representaciones del conocimiento que pueden actuar en el mundo, esto es un programa informático en la práctica. Creo que a base de programar te queda esta forma de ver y hacer.

Proviene del campo de la inteligencia artificial, ¿cómo le condiciona?

La inteligencia artificial te pone en contacto con muchas disciplinas y formas de conocimiento: la lógica, la filosofía, la lingüística, la psicología, la biología, la informática, la programación, etc. En Inteligencia Artificial buscas cómo construir entidades autónomas que puedan resolver sus problemas, llámales robots, agentes o sistemas inteligentes. A mí me ha llevado a adoptar una perspectiva de sistemas complejos que permite encontrar analogías entre sistemas complejos artificiales y humanos. Crear un centro como Citilab, es crear un entorno donde la gente no sólo debería ser dinamizada sino que potencialmente podría convertirse en dinamizador autónomo. Hay un cierto paralelismo, pues, entre un interés y otro, y una cierta posibilidad de trasladar métodos de aprendizaje y diseño de un entorno a otro.

¿En qué tecnología le interesa innovar?

Creo que cada vez me interesa innovar más que en tecnología, en la traslación de los métodos de la tecnología a otros entornos. Esto requiere no perder de vista las tecnologías que facilitan las prácticas cruciales de la tecnocultura digital: la computación más internet más inteligencia artificial. Así lo identifica, por ejemplo, Salvador Giner cuando habla de tecnoculturas.

Él identifica explícitamente la contribución de estas tres ramas en la creación de un nuevo tipo de cultura y sociedad. Giner capta el componente dinámico y constructivo de la relación entre información, codificación y representaciones que se activan, que no son estáticas y que actúan en el mundo. Identifica, muy acertadamente a mi parecer, la contribución de la inteligencia artificial como muy importante en el proceso, en tanto en cuanto se apercibe de que la inteligencia artificial no busca programas “normales y corrientes” sino programas que pueden tener un cierto grado de autonomía.

Esta es una situación nueva que requiere competencias nuevas para pilotar las complejidades a que da lugar. No nos bastan las capacidades de diseño habituales incluso en comparación con el proceso diseño de las ingenierías clásicas sino que debemos adoptar un tipo de diseño en colaboración y en permanente evolución al que no estamos acostumbrados. Tenemos que crear nuevas formas de gestionarlo, nuevos métodos. En el fondo, parece que hemos de afrontar una forma de crear conocimiento muy distinta a la que estábamos habituados. Este tipo de capacitación, de formas de aprendizaje, de creación, aplicación y transmisión de conocimiento que ha aportado las tecnologías de la tecnocultura no se agotan en las tecnologías de la información.

Manuel Castells también, por ejemplo, remarca el papel de estas tres disciplinas recordando que la práctica y la ingeniería genética no se entiende sin antes tener en cuenta la nueva manera de diseñar de los informáticos, por ejemplo. Recordemos la frase con que Craig Venter presentó la consecución de la primera bacteria artificial: “‘Es la primera forma de vida auto replicable cuyo padre es un ordenador”. Ahí lo tenemos todo: autonomía (“auto replicable”) generada con los métodos de la informática (“un ordenador” pero también extendiendo la metáfora de lo programable a la materia viva) y en colaboración (ya hizo mucha falta internet para colaborar en el genoma, menos, quizá en este último caso), y proceso de diseño: como no sabíamos cómo se construía esto… vamos a construirlo y aprendamos. Lo más interesante, creo, es el salto analógico que demuestra. Venter demuestra que una forma de trabajar con información de las representaciones abstractas del ordenador puede saltar a otro ámbito de conocimiento, de prácticas, como es el diseño de lo vivo. ¿Qué institución tenemos que permita distribuir esta forma de hacer a la ciudadanía? En una sociedad democrática ¿podemos admitir que los ciudadanos queden fuera de este tipo de conocimientos? ¿Qué beneficios para toda la sociedad tendríamos si los ciudadanos tuvieran estos conocimientos? ¿Hacen falta nuevas instituciones para distribuirlo? Nuestra idea es que sí y que la mejor forma que tenemos es que los ciudadanos sean competentes en estos procesos. De ahí, en parte, nuestro interés en crear Citilab.

La dificultad del Citilab es saber averiguar qué método de diseño en colaboración con el usuario permite generar usuarios innovadores en este nuevo escenario tecnocultural. Citilab es un proyecto de diseño que se crea a sí mismo como entorno de prueba e innovación para dar con formas de organización, formas institucionales que pueden ayudar a los ciudadanos a enfrentarse activamente a este nuevo escenario..

¿De dónde nace el embrión de Citilab?

El antropólogo Artur Serra, que junto con Vicenç Badenes y yo mismo formamos el trío fundador de Citilab (aunque ha colaborado mucha más gente), estudiaba los procesos de creación de conocimiento en esta nueva tecnocultura que estaba surgiendo en torno a la tecnología digital, la computación, y sus procesos de creación de conocimiento. Su pista (junto con Giner y otros) es que en esta sociedad ya no se crea conocimiento como en los tiempos de la sociedad industrial. Su obsesión era crear nuevas instituciones que pudieran dar respuesta a estas nuevas necesidades.

Con Artur ya coincidí en la Universidad Politécnica de Catalunya allá por el año 1994 y me interesó cómo conceptualizaba el quehacer de los informáticos y cómo intentaba llevarlo a nuevas formas de investigación en consorcio, cómo intentaba diseñar nuevas instituciones de innovación colaborativa. Así se llegó a diseñar, por ejemplo, lo que luego sería la Fundación i2cat. Por aquel entonces yo ya estaba muy interesado en estudiar y generar tanto patrones como organizaciones de innovación para sistemas colectivos de inteligencia artificial. Me dí cuenta que lo que yo hacía podía ser perfectamente útil para aplicarlos en el diseño de organizaciones e instituciones humanas. Esto me llevó también a interesarme por los sistemas nacionales de innovación y detectar que en nuestro país había grandes posibilidades: trabajar mejor entre los agentes habituales de innovación (universidad, administración y empresa) y contar con un cuarto elemento, que son los ciudadanos a quienes, además, no me parecía correcto dejarlos fuera de estos circuitos.

De todo esto surgió una primera idea de nueva institución, un laboratorio de innovación digital ciudadana que con el tiempo fuimos articulando y que acabó convirtiéndose en Citilab. Por entonces también empezaba el movimiento de “Living Labs” en Europa que solapa bastante con estas ideas (no en vano surgieron de un entorno que epitomiza la forma de innovar de la tecnología: Living Lab es una idea de Bill Mitchell (recientísimamente fallecido) del MIT. Si le añadimos la explosión de las formas colaborativas de creación de conocimiento y de acción de internet, pues ya tenemos todo el genoma de Citilab identificado.

Una vez nuestro modelo de laboratorio ciudadano estuvo esbozado, había que ponerlo en marcha. Lo intentamos en Barcelona dentro de la estrategia de aquel entonces que postulaba la ciudad como “Ciudad del Conocimiento” pero creo que el concepto de conocimiento que allí se utilizaba no encajaba con el conocimiento de base tecnológica y digital, conocimiento de diseño, que nosotros manejábamos. Tampoco creo que el de “Tecnocultura” encajara con el concepto de cultura que se manejó luego en el “Fórum de las culturas”, por ejemplo. No había que desesperar y había que buscar otras ubicaciones.

Ahí es donde fue muy útil la aportación de Vicenç Badenes, el actual director gerente de Citilab. Él estaba en el Ayuntamiento de Cornellà donde era muy activo en abrir el acceso a las nuevas tecnologías. Los tres coincidimos en la organización el primer Congreso Mundial de Redes Ciudadanas, que fue un intento de activar la innovación de base vía internet en el ámbito urbano y social. A partir de aquel momento empezamos a trabajar en el proyecto de ubicar Citilab en Cornellà.

¿Cómo fue la puesta en marcha?

Lo pensábamos como proyecto de centro de divulgación de la tecnología de la información, una disciplina que se encuentra con otras disciplinas de creación del conocimiento y de observación de la realidad como son la ciencia o la filosofía. Personalmente, no acababa de ver en aquel momento que las instituciones de divulgación como museos de la ciencia o de la tecnología, con una visión muy descriptiva y no activa, aportaran mucho a esta perspectiva. Luego fuimos haciéndolo más complejo, llevándolo más allá de la óptica de divulgación para centrarlo más en la innovación o, si se quiere, en una divulgación por la práctica, activa y dinamizadora.

¿Cómo se puede definir?

Es un centro que promueve la innovación social desde la cultura digital. Hemos ampliado el concepto de innovación más allá de los típicos sectores como la universidad, grupos de investigación, la Administración y la empresa. Esta es la cadena lineal típica. Nosotros nos propusimos hacer avanzar “la triple hélice de la innovación”, donde el usuario, el ciudadano activo, tiene un papel fundamental.

¿Con qué criterio?

Hace unos años había un cierto descontento por la consideración de la tecnología como hija pobre de la ciencia y por las políticas que en su tiempo intentaban cerrar la denominada “brecha digital”, centradas en facilitar el acceso a la red. Nosotros pensábamos que lo que había que hacer era promover no sólo el acceso sino las formas de construir conocimiento propias de la tecnología, con un fuerte componente de diseño. Esto requería un método de trabajo, una aproximación y una divulgación diferentes. Podíamos referirnos a la tradición de diseño que se retrotrae hasta Herbert Simon, uno de los “padres” de la Inteligencia Artificial. Su texto “Las Ciencias de lo Artificial” todavía mantiene algunos puntos vigentes en este sentido. Para activar a nivel social esta forma de crear conocimiento e innovar debíamos conseguir que los ciudadanos se apropiaran no sólo de las herramientas de la tecnología sino de la forma de pensar, diseñar y de colaborar de la tecnología para después adaptarlo a las necesidades de cada cual.

¿Para llegar a dónde?

Internet provoca una capacidad de interconexión casi ilimitada y se debe ver como un medio de innovación a disposición del ciudadano que le da una nueva capacidad para llevar una interlocución diferente con otros actores. Por lo tanto, si a un usuario se le ofrece no sólo el acceso a las herramientas sino el conocimiento del uso de las mismas y de los procesos de diseño e innovación colaborativos que conllevan, si le mostramos cómo adaptar todo esto a sus necesidades y objetivos, podemos generar un tipo de dinámicas innovadoras en nuestra sociedad que pueden permitir mayor creatividad e innovación, y darnos a todos como sociedad un poco más de futuro, no sólo más personas que saben utilizar el Excel.

¿Un ejemplo de lo que hacen?

El Senior Lab, por ejemplo. Ahora a partir de los 55 años se te considera séniors. De inmediato el tópico te asigna un papel de rémora social, pasivo y con nula relación con las tecnologías de la información, no digamos ya con la capacidad de ser creativo, innovador y dinamizador. Citilab recogió una idea de las asociaciones locales de Cornellà y creamos un grupo de trabajo con 40 sénior que empezó a evolucionar. Detectamos las siguientes motivaciones en este grupo: sentirse reconocido por su franja de edad, necesitado de una mayor autonomía y ser transmisores a las nuevas generaciones.

¿Con qué resultados?

El grupo lleva un año y medio funcionando. De la idea original de un ofrecer un curso de mejora de competencias digitales han pasado a que ellos creen sus propios proyectos, explicando, por ejemplo, su experiencia como inmigrantes en Cornellà en los años 50 y documentarlo en vídeo, audio, y crear sus propias webs y redes sociales. Otro de sus miembros ha hecho un blog de poesía, por ejemplo, un espacio de intercambio para todo un grupo de poetas. Creemos que podemos ir más allá. De hecho tenemos otros interlocutores: empresas interesadas en este segmento, grupos de trabajo con la 3ª edad, etc. Esto nos ha permitido ver los componentes de un posible método de trabajo. A partir de aquí se han abierto grandes posibilidades que incluyen la creación de redes de soporte entre séniors, nuevas tecnologías para la tercera edad, diseño de nuevos servicios y nuevos perfiles profesionales para los propios séniors innovadores, que son los primeros pasos para crear nuevas pautas de dinamización e innovación social, creo.

¿Qué más proponen?

Hay otros muchos proyectos pero déjame que te describa uno que retoma una de mis obsesiones iniciales: los modelos de divulgación de ciencia y tecnología, Expolab (http://expolab.net). Este proyecto se replantea la divulgación de la ciencia y tecnología que se lleva en instituciones como museos de la ciencia y centros tecnológicos. También es un proyecto acogido por Citilab a partir de la propuesta de una empresa de divulgación científica innovadora, la Mandarina de Newton. ExpoLab se centra en estudiar el proceso de creación colaborativa de exposiciones de divulgación. Se trata de un proceso donde se colabora con un grupo de usuarios que trabajan sobre un tema como centro de una posible exposición. El primero que hemos lanzado para crear la primera exposición es: “cómo te ha cambiado la vida la tecnología de internet?”. A partir de aquí se inicia un proceso de cocreación o codiseño con usuarios. La intención es ir más allá del modelo de algunos museos de ciencia o de la web 2.0. Todo esto es de sumo interés para los profesionales de museos puesto que se han dado cuenta que con la llegada de internet y lo 2.0 necesitan atraer de otra forma a sus públicos actuales y nuevos y también que tienen que redefinir sus propias instituciones en la línea de hacerlas más participativas. Y se encuentran que apenas tienen métodos y herramientas para hacerlo.

¿Dónde se quiere llegar?

Queremos estudiar el proceso para ofrecer a los responsables de museos y de centros de divulgación lo que aprendemos por el camino. El concepto de las exposiciones clásico contaba con un comisario que decidía todo. Ahora, el comisario, el contenido y el formato son tres actores que se relacionan de diversa manera. Como resultado, el comisario tiene un nuevo papel y los usuarios se forman en el contenido mientras hacen la exposición. Se trata sobre todo de un programa de búsqueda de acción y diseño sobre la actividad. Hemos tenido una respuesta impresionante por parte de más de 180 profesionales de museos y centros culturales de toda España. De hecho, en colaboración con el CCCB, hemos alimentado una serie de talleres para este tipo de profesionales y hemos creado un grupo de trabajo permanente que está teniendo vida propia. Y, además, continuamos colaborando con el Tech Museum of Innovation en este proceso, que es con quien empezamos la idea hace un año. Además estamos muy contentos porque una de las máximas especialistas mundiales en museos participativos, Nina Simon, ha mostrado interés en conocer nuestros métodos de codiseño con usuarios.

Este proceso muestra el tipo de método que deseamos estabilizar, que es, en el fondo, un método de diseño, de investigación de diseño. Nos hacemos una pregunta (“¿Cuál es el proceso de creación de una exposición en la era de la tecnocultura?”) y lanzamos un investigación de diseño creando un artefacto (una exposición) para probarlo colaborativamente con usuarios. El resultado es un mejor conocimiento que podemos aprovechar y difundir. Ojalá todo Citilab funcionará así, creando este tipo de procesos exploratorios colaborativos de creación de conocimiento que, además, tiene resultados prácticos en términos de contenidos y métodos para una amplia franja de personas.

Fíjate también que la estrategia no sólo consiste en colaborar con el ciudadano final y con las asociaciones sino también trabajar con los actores (museos y sus profesionales en este caso) que tienen impacto en el resto de la sociedad como institución mediadora ya existente.

¿Con qué apoyo pusieron en marcha el Citilab?

Como te he comentado antes, llevamos nuestra propuesta a grandes ayuntamientos que no acabaron de aceptar la idea pues todavía era dominante el discurso sobre la innovación y la sociedad del conocimiento pero desde una concepción más clásica de la ciencia y de la tecnología. Como Vicenç era concejal de Cornellà fue hábil y supo mover la propuesta en un momento adecuado. En ese momento el uso de este edificio, entonces abandonado y casi en ruina, estaba por decidirse. Vicenç consiguió que el Ayuntamiento de Cornellà apostara por un uso nuevo y, no nos engañemos, por una apuesta muy incierta en aquel momento.

Después se añadió el Ministerio de Industria, se creó un patronato, se estabilizó la fundación para llevar adelante el proyecto y en el año 1998 redactamos la primera memoria de usos. Pero no fue hasta el año 2007 que el Citilab pudo abrir sus puertas. En la actualidad funciona con un staff reducido y multidisciplinario que cuenta con muchos colaboradores externos.

¿Cómo se promocionan?

Hasta el momento no hemos hecho demasiada publicidad porque estábamos probando, investigando sobre nuestra propia organización para que cumpla el objetivo de crear ciudadanos innovadores digitales. Mi percepción es que se ha creado una marca, Citilab, con unas expectativas altas de innovación social, de tecnología, de creación de cultura. Se nos han acercado muchas ciudades para conocer el modelo.

¿Cómo ves el futuro?

Nuestra responsabilidad es alta y me preocupa que el actual clima de restricciones presupuestarias lleve a Citilab a quedarse por debajo de estas expectativas. Le ha pillado la crisis en el momento más inoportuno, esto es, en el momento en que empezaba a abrir líneas de captación de financiación más allá del soporte estatal y en el momento que necesitaba poner recursos en acabar de estabilizar formatos, métodos y procesos. Si Citilab se retrae sobre una política conservadora de ir a mínimos para capear el temporal sin mantener una fuerte apuesta por la diversificación de financiación y mantener la apuesta por innovación, se va a perder todo lo aprendido en el camino de crear un modelo altamente replicable. Y sería una pena, no sólo por la propia institución sino por el objetivo final de generar un nuevo modelo de innovación tentacular, distribuida, ciudadana, para el país. Este es un modelo que internacionalmente nos ha sido muy reconocido, tanto con premios como el del Urban Land Institute al mejor proyecto de renovación urbana en Europa como con reconocimientos y colaboraciones de investigación al más alto nivel. Por ejemplo, como lo demuestra el interés por colaborar con nosotros de universidades tan prestigiosas como la de Columbia en Nueva York en el ámbito de las nuevas organizaciones de la innovación. En particular, siendo, como soy, investigador afiliado allí, voy a trabajar con ellos para dar a conocer más modelos y métodos allí y en el resto del mundo. !Hay que seguir adelante!.

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